Ya me sabe mal, pero los que creían que esto iba a ser un paseíllo de los de nutrirse el alma con frases del buen rollito… se van a llevar un chasco. Para empezar, el despertar de la conciencia no es un chispazo de iluminación, sino una carrera de fondo tipo maratón en la que te dejas la piel.
Eso sí, viene con premio. Te ganas a ti. Más que nada porque esto no es algo que se pueda hacer por los demás, ni por el equipo, ni por la familia. Es un viaje a solas, en el que tratas de ordenar ese caos maravilloso en el que se ha convertido tu vida para extraer algunas conclusiones que te acerquen a saber quién eres o qué quieres.
Porque la lista de lo que no quieres, esa, la tienes clara desde hace años, seamos sinceros. Los disgustos, la asquerosidad de los personajillos que colorean tu historia o la triste decepción que sufriste a manos de alguien querido… cada cual tiene su ración de miserias vitales.
Vamos como una moto coleccionando todos los «ni hablar, nunca más», ahí caben pocas dudas. Es cuando toca hacer la lista de los «me encantaría» que la cosa se pone turbia.
Más allá de querer que te toque el Gordo de Navidad.
LO HACES POR TI
Cuando te das cuenta de que ni siquiera puedes armar una carta a los Reyes Magos con cuatro pedidos porque te sabes de memoria lo que quiere todo el mundo, pero lo tuyo es un misterio… empiezas. Por ti, porque sospechas que lo mereces, aunque te falten pruebas.
Lees un artículo o un libro… tienes una conversación profunda de forma inesperada… alguien te cuenta lo suyo… El camino es lo de menos. Puedes lanzarte de cabeza a saber más sobre autoestima o inteligencia emocional, desempolvar creencias de tu infancia que tenías olvidadas, buscarte un coach o decidirte a explorar conceptos nuevos.
Por si te tranquiliza, hay mucha gente a bordo de ese barco, buscando un sentido, un propósito, no estás a oscuras tú solo, tú sola. Somos millones.
Al principio te cuesta y te sientes egoísta por pasar tanto rato pensando en lo tuyo. Es fácil ver que nos adiestran para lo contrario, para darle prioridad a lo externo. Pero si persistes en tu viaje hacia ti, ¡oh, si persistes! A paso de hormiga, aprenderás a dedicarte tiempo, a ser paciente contigo, a escucharte. Saborearás el momento presente, el aquí y el ahora, tan rico, tan pleno, tan tú. De repente, te darás cuenta de que puedes dejar ir las opiniones de la gente sin que se monte un desastre, y de que ese lastre gigantesco de tu pasado que has ido arrastrando con tanta fatiga no es más que eso, pasado, un escenario que ya se desvaneció.
Lo haces por ti, a conciencia. Te pones a tratarte con cuidado, casi con mimo, curioseas entre tus sombras y desmontas ideas limitantes que te impiden avanzar. Por encima de todo, valoras tu paz, la defiendes con uñas y dientes, a sabiendas de que es lo que te permite seguir explorando ese aspecto de ti, intangible y sutil, que se abre a un conocimiento nuevo. Parece contradictorio, pero cuanto más te conoces a ti, más comprendes a los demás y mejor los quieres.
Y, de paso, comienzas a quererte a ti.
BONUS: POR PROBAR ALGO
Te invito a poner tu mano derecha sobre el corazón. Solo hazlo y analiza lo que sientes. ¿Calorcito? ¿Estás poniendo cara de «ay, dios mío»? ¿Notas la textura de la blusa o el suéter?
Bien. Mantenla ahí.
Ahora, pon tu mano izquierda sobre la rodilla, abierta y de cara al cielo. Imagina que un rayo de luz atraviesa el espacio, el universo entero, a toda velocidad, y se mete en tu cuerpo a través de esa mano abierta.
No cierres los ojos, aún no.
El rayo no cesa, no se detiene, la luz sigue llegando desde lo más recóndito del universo y entra en ti en un flujo continuo. Permite que ese rayo de luz imaginaria ascienda por tu brazo hasta llegar al corazón, inundándolo de claridad. Deja que repose allí unos segundos, que la luz se haga fuerte, que palpite contigo. Y cuando te apetezca, ordénale que atraviese tu piel y se ancle en tu mano derecha, la que sigue estando allí, a la espera de que pase algo emocionante.
Ahora sí, cierra los ojos y siente cada detalle, desde lo más pequeño hasta lo más vistoso. Siente. Esa energía es tuya, aunque desconozcas de dónde sale o cómo manejarla. ¿Quieres más?
Te enseño.