Por temporadas, me ataca lo que yo he terminado por llamar «el síndrome Gremlin». Tengo la cabeza tan disparada, que cualquier detalle mínimo (una palabra que suena bien, un gesto inesperado en un desconocido en el metro, un instante de ansiedad…) me genera una avalancha de ideas. Y digo avalancha, porque me aplasta. Un detalle irrelevante me salpica y me brotan tres argumentos, un diálogo ingenioso, un final de lágrima viva para una novela en la que jamás pensé, cuatro poemas, medio artículo y un plan de negocio.

Me agoto de mí.

Y, claro, después de eso, no alcanzo a escribir nada. Porque ese batiburrillo infinito se la pasa bailando un chachachá entre mis orejas, todas las ideas a la vez, a un volumen de concierto de rock.

No sé si a alguien más le pasa lo mismo. Ese estado de creatividad alterada en el que te zamparías el mundo… y de repente se apaga la luz.

—Pero te lo pasas bien —comenta con sorna una amiga.

Pues, sí, pero me estoy ganando unas jaquecas dignas de estudio. Ahora mismo estoy en una de esas fases. Acabo de terminar otra novela (la tengo en cuarentena, que repose, para darle un último vistazo en unas semanas), y sigo teniendo un montón de frentes abiertos.

Y me he dado cuenta de algo curioso: a veces, no disfruto ni de lo que más me gusta. Entro en modo cohete, me aprieto las tuercas para ir más rápido, aprender más cosas… y acabo por transformar algo que me chifla en una obligación, en una tarea pendiente.

Si a ti también te pasa, detén la carrera. No conviertas algo que te encanta en algo más con lo que debes cumplir, porque la ilusión es un pájaro frágil y delicado, que se ofende en cuanto la tratas como a una cualquiera.

No «tienes que» leer ese libro, no «tienes que» pasear al perro, no «tienes que» aprender una técnica nueva, engancharte a un podcast, seguir a un gurú de lo tuyo y practicar lo que sea que deseas mejorar.

No «tienes que», QUIERES HACERLO, TE PONE LAS PILAS. Así que, la próxima vez que te suba el “¡Ufff!” a los labios, cambia el chip.

Leer me hace feliz, amo estar con mi perro, aprender me empodera… Háblate distinto, y sentirás distinto.

Si otro intentara robarte la alegría que depositas en tus sueños, le darías un tortazo. Ocúpate de las cosas, planifica cuanto te apetezca, pero sin romperte la crisma en el intento.

No abuses de la confianza de ser tú.